8 de diciembre de 2021

Nacido en Valdesuero (II)

 

El día 31 de enero de 2021 mientras descendíamos por la senda de Valdesuero, un imponente buitre oteaba el horizonte desde las rocas contiguas a la Casa de la Mora. Aunque nos acercamos hasta él permaneció inmóvil, girando reiteradamente su cabeza de un lado a otro para vigilar si alguien se acercaba demasiado. Nuestra perra Tara ladró ante la imposibilidad de subir hasta las rocas y el buitre voló hasta el otro lado del valle. Descubrimos que ya tenía algunas plumas y palos en el hueco de la roca a modo de nido somero. Amarré la perra con la correa y caminamos senda abajo sin perder de vista al buitre que enseguida volvió al cantil con un prodigioso vuelo bajando primero hacia el fondo del valle y subiendo después hacia el nido para  concluir con un aterrizaje perfecto.


Desde que era niño no había vuelto a ver un buitre tan cerca. En aquella época, había en Fuentemolinos varios rebaños de ovejas, uno de cabras, varias caballerías (machos, burros y algún caballo), y algunos cerdos para la matanza familiar. Un día, había muerto un “macho” (mulo: hijo de burro y yegua) y su dueño, como de costumbre, lo había dejado en “El Cementerio de los burros”, así era como se llamaba el muladar donde se dejaban los animales muertos, para que los buitres acabaran con sus despojos. 




Uno de nuestros entretenimientos era apostarnos en un escondite cercano y después mirar atónitos, con infantil curiosidad, el descenso vertiginoso de los buitres desde el cielo hasta la carroña guiados por su impresionante vista y no su olfato como se creía popularmente. Después de ver cómo los buitres devoraban el cadáver, hasta el punto de moverlo en sus embestidas para sacar el mayor trozo de carne posible, salíamos corriendo para ver la reacción de los buitres que enseguida daban dos o tres pasos y emprendían el vuelo. Ese día uno de los buitres había llenado demasiado el buche y no podía volar. Lo cogimos entre dos de las puntas de las alas y  lo acercamos al pueblo para que todos lo vieran.  A alguien se le ocurrió ponerle una changarra en el cuello, para que fuera como el pregonero de la “hazaña” de los chicos de Fuentemolinos. A pesar de que lo intentamos, no consiguió volar. Pensábamos que poco después, se le habría pasado el empacho y subiéndolo hasta el alto de las Blanqueras volaría de nuevo … pero tampoco intentó volar.  Decidimos probar quitándole el cencerro del cuello y … voló. Nos quedamos con una sensación agridulce, por un lado, no había un buitre con nuestro “reclamo” puesto en el cuello, que pregonara nuestra hazaña, mientras surcaba los cielos, pero por otro sentimos la satisfacción de verle de nuevo volar con sus congéneres.

Noticias relacionadas: