Cuando el marrano terminaba de sangrar y estaba bien muerto, se le bajaba del tajón al suelo y se procedía a chamuscarlo para eliminar los pelos que cubrían su cuerpo. Primero se ponía boca abajo y después boca arriba sujetándole con unas piedras para que no se fuera para los lados. En Fuentemolinos tradicionalmente se hacía con paja de centeno, cubriendo el cochino y dándole fuego a continuación. De esta forma no solo se limpiaban los pelos sino que toda la corteza tenía el sabor típico que le daba el chamuscado.
Una vez chamuscado, se limpiaban las pavesas y la ceniza con un escobón o con una manada de pajas largas, que también se utilizaban encendidas para eliminar los pelos, dando golpecitos en las zonas donde no se había chamuscado bien. Se quitaban las pezuñas, procediendo a continuación a lavarlo con agua muy caliente, raspando con cuchillos, raederas y tejas toda la piel y limpiando con abundante agua las orejas y la boca.
Fotografía de Yoli
Una vez estaba limpio el cerdo se le quitaban los pezones, se le cortaban las patas, se le marcaba y cortaba el alma (la pieza triangular que partiendo del orificio de la puñalada cubre el pecho y la tripa) y se le despegaba la tripa del cagalar, la operación con más dificultad, se le ataba a la tripa una rodea para que no se manchase nada y así quedaba la zona del ano sin obstáculos para poder pasar la soga con la que se le colgaba subiéndole con una polea amarrada a una buena viga. Como dice el refrán: "Si quieres ver tu cuerpo por dentro, mata un puerco".
Ya colgado, se le abría para poder sacar la asadura y el vientre, despegar las mantecas y para que saliera toda la sangre que le había quedado en el arca (pecho del cerdo) o en cualquier otra cavidad o vena. También se recogía la muestra de diafragma, músculos maseteros, … que se llevaba al veterinario para que lo mirase con el microscopio y descartar que estuviera infectado con la temible triquina.
Fotografía de Yoli
Subido en lo más alto, se colocaban dos palos para que el cerdo quedase abierto y así se orease mejor.
Los pequeños de la casa reclamaban al instante la vejiga del animal y tras vaciarla, la inflaban con una paja, dando golpes contra la pared a continuación para que se dilatase hasta conseguir el tamaño propicio, el de un buen balón con el que jugar, la zambomba.
Con la aprobación del veterinario, ya se podía almorzar: la sangre, chanfaina, “almorzaderas”, … todo regado con unos buenos tragos de clarete a porrón y en un ambiente familiar y festivo, como dice la copla ribereña:
"Cuando más goza un arandino
es cuando mata el cochino,
la noche que va de ronda
y el día que vende el vino".
Y con dichos y anécdotas curiosas, como la que solía contar, con su peculiar tonillo y gracia, Angel (“Angelillo”, padre de Ricardo Sualdea), que decía: "¿A qué no sabes cómo matan en mi pueblo los cochinos?" y la gente contestaba: " pues con un cuchillo" y él decía " pues no, en mi pueblo los matan vivos!".
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