9 de febrero de 2013

La matanza (III)

Como parte del ritual de la matanza, también estaban bien definidas las tareas que realizaban hombres y mujeres. Mientras los hombres realizaban las tareas que requerían mayor fuerza física, como: sujetar al cerdo, destazar, …, las mujeres realizaban las que requerían mayor habilidad: se ocupaban de llenar las morcillas, condimentar el picadillo …


Llegado el día, a primera hora de la generalmente fría mañana, entorno a la chimenea que calentaba el agua en la caldera, se templaban los cuerpos de familiares y vecinos, con una copita de anís,  aguardiente o moscatel con vainillas,  mantecados o alguna torta de chicharrones de matanzas pasadas.



























Fotografía de Juanita: Javier, Evaristo, Fructuoso, D. Emilio, Juanita, Luis y Alfonso.

Con los cuerpos entonados,  la cazuela preparada con las finas rebanadas de pan que se remojaban con la sangre para hacer las morcillas, el tajón bien asentado y el matachín provisto del gancho y el cuchillo matancero bien afilado, todos se dirigían hacia la cochinera con cuidado, para no poner nervioso al puerco que ya barruntaba un desenlace funesto. Prendido el cerdo por la mandíbula inferior con el gancho,  se le empujaba y arrastraba tirando de las orejas hasta el banco, tajo o tajón, (de nada le servía al pobre resistirse chillando, porque “A chillidos de cerdo, oidos de carnicero”), donde en un alarde de coordinación se tumbaba al gorrino, … a la una, a las dos y a las tres …  echándose sobre él y sujetando cada ayudante una pata, las orejas o el rabo. Mientras, el cochino: “Gorrino que en la mesa chilla ya está oliendo a morcilla”. El matachín cambiaba el gancho para sujetarlo con la pierna y tener libres las manos para la faena. Con certera puntería clavaba el cuchillo en el punto adecuado. La sangre brotaba de la garganta del gocho, calando las sopas para las morcillas mientras la dueña de la casa removía para que no se cuajara. Mientras, los más pequeños, con la boca abierta y los ojos como platos y algo traumatizados no perdían detalle, hasta  que el pobre guarro estiraba la pata.

Algunos de los matarifes que más cerdos sacrificaron en Fuentemolinos fueron Cipriano y Lorenzo (El tío Panza, como era conocido el padre de Corpus). También tuvieron carnicería Moisés (Padre de Nono) y Evaristo. Posteriormente Cipriano y Amancio continuaron la tradición de su padre Cipriano y Avelino la de su padre Lorenzo. También Luis, hijo de Evaristo, como vimos en la primera entrega practicó con buen estilo. Teófilo Fernández y Valentín Gonzalo continuaron posteriormente y probablemente sea Ricardo Fernández el que con más frecuencia ha ejercido esta tarea los últimos años.

Como se puede ver en la fotografía, muerto el chancho, surgían las apuestas para adivinar cuántos kilos pesaba. Un juego en el que también los más pequeños apostaban hasta que el fiel de la romana marcaba el peso exacto, desvaneciendo la ilusión de los que habían errado y alegrando al que acertaba o más se aproximaba. 
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